En cada viaje puedes descubrir un sinnúmero de maravillas que no se encuentran en los libros o en Internet porque se tratan de cosas sencillas que algunos pueden restarle importancia, pero para mí son el secreto detrás de cada destino. Me refiero a su gente.
Regla básica: no hay mejor promotor de cada país que quien lo conoce de primera mano porque lo vive los 365 días del año. Por ejemplo, si como mochilero quieres saber dónde se come barato, qué hacer fuera de los tradicionales puntos turísticos o simplemente andar como un local, pregúntale a uno de ellos, ya sea en el bus, en alguna plaza o cuando te sientes a comer al que te atiende.
Así fue como llegamos a Matagalpa, en Nicaragua, preguntando en el bus a la señora que tenía al lado dónde había una hacienda de café. Me habló de la Finca San Jorge y el bus nos dejó en lo que entendía era la finca, se abrieron las puertas y cuando nos bajamos estábamos frente a una casa, recibidos por un becerro, como si fuera el guardián. Allí volvimos a preguntar, nos dirigieron más abajo y conseguimos permiso para retratar trabajadores en plena faena.
Como no encontramos a los trabajadores porque había pasado la temporada de recogido de café, Ángel se puso a hacer un time lapse fotográfico de las montañas. Yo estaba un poco desesperada porque eso tomaría como media hora y estaba sentada, en espera de poder emprender vuelo porque no encontramos lo esperado. Ahí estriba el asunto, cuando sientas algo que se te mete por dentro, que te dice: muévete, ¡hazlo!
Minutos antes de pararme como un resorte, había visto pasar un grupo de niños que desaparecieron montaña abajo. Pensé: vine a experimentar, así que me paré y me fui a caminar a ver qué veía. ¿Y adivinen qué? Encontré a los niños en el río terminando de lavar ropa, bañándose y divirtiéndose. Eran dos grupos de hermanos que acostumbran hacer eso y con una amabilidad sorprendente me platicaron qué hacían, que no estaban yendo a la escuela ese año porque les quedaba muy lejos, que su mamá estaba en la casa cuidando a su hermanito menor, que tenían un sobrino de cuatro meses y vivían en la finca porque su papá era el vigilante.
Cuando nos disponíamos a tomar el bus para continuar nuestra ruta de aventura a la siguiente ciudad, el único varón del grupo nos insistió que fuéramos a su casa porque su mamá quería ver las fotos que les tomamos. Cómo decirle que no y aun con el miedo de perder la conexión del bus. Arrancamos para su humilde casa, su madre nos recibió, le mostramos las fotos, el vídeo y nos permitió entrevistarla.
Lo que allí observamos fue como una estampa sacada de un libro, no tengo palabras para describir la emoción que me embargó haber entrado, conocerlos y descubrir cómo viven. Aquí comparto las imágenes para que me entiendan.
En fin, el mensaje es que cuando sientas algo por dentro que te dice: párate que hay algo que debes ver, hazlo sin miedo. Para nosotros encontrar a esta familia fue descubrir una de nuestras Historias de camino más lindas del viaje.