Por Ledlyn Charriez
¡Yatinwajo Guatemala! Así se despidió en un antiguo dialecto indígena el chofer del bus en el que me encontraba en mi antepenúltimo día de viaje, al culminar el recorrido a nuestro destino, la ciudad de Antigua Guatemala.
Las puertas del bus se abrieron y a su vez se abrió un espacio donde la reflexión frente a sus volcanes y ruinas se volvía instantánea para todos. A partir de ese instante cambió mi mundo, tal parecía que el largo camino se había confabulado para hacer de mí una nueva Ledlyn.
Aunque parezca extraño esa era la realidad, una transformación, mis pensamientos se volvieron otros, la perspectiva y la manera en que miraba las cosas cambió. Fue una oportunidad para abrirme a un diálogo interno, para evaluar el modo en que encamino mi vida. Descubrí en ese momento que tenía historias que contar, la misión era hablar sobre ello, no hacerlo pudo haber sido una opción, pero no fue así. Siento necesario contarles mi experiencia en el país de la eterna primavera, Guatemala.

Ledlyn Charriez en el bus que le cambió la vida.
Le doy hacia atrás al tiempo y a la historia del bus. Había amanecido lejana del calor caribeño, pero ya con el logro de haber alcanzado el objetivo por el cual me encontraba en tierras extranjeras, distante de mi patria y de la gente que se desbordó de buenos gestos apoyándome. Mi viaje a Guatemala comenzó desde mucho antes de llegar a esa hermosa tierra en Centroamérica, dio inicio cuando decidí lanzarme a competir en un certamen de belleza en la tierra de los chapines.
El concurso había llegado a su fin, fueron tantos sacrificios y esfuerzos que me llevaron a obtener los resultados de colocar en alto a mi academia, Autentik Models, y a la Isla que tanto nos enorgullece a los puertorriqueños. Yo, Miss Puerto Rico, fui nombrada la nueva embajadora, logrando desfilar por vez primera como la portavoz del título de Miss Top Model Latinoamerica 2016. Las luces, la euforia y la emoción de esos segundos aún me hacen transportarme a ese momento. Amanecí con la corona y comencé la última expedición en el país que me acogió con amor, que me llenó de nuevas experiencias y oportunidades que marcaron mi vida para siempre.
Regreso al párrafo inicial de mi historia, recuerdo que tomé el primer asiento que alcanzó mi vista al lado de una ventana. Desde el inicio del recorrido sentía una magia particular en el ambiente. Me encontraba en una ruta diferente a la que ya me había memorizado, podía sentir la energía de algo nuevo y sabía que sería una aventura más para mi lista.
La ruta parecía ser eterna, varias horas de camino, pero descubría que Guatemala es inmensamente grande. Recuerdo que transitábamos por la ruta libre o carretera que conectaba a Guatemala con sus países vecinos, que convertía el paisaje en un todo de fronteras hermosas. Me emocionaba tanto el hecho de encontrarme allí. Pude apreciar lo grande que es el mundo y como todos estamos conectados de una u otra manera. Tenía desde mi ventana la oportunidad de contemplar a Guatemala desde sus múltiples escenarios, es decir, de la manera tan humilde en que viven muchos chapines (guatemaltecos) y al mismo tiempo ver cómo se matizaba todo hasta llegar al área turística.

Antigua Guatemala.
El chofer abrió el diálogo y de aquella boca nacieron las palabras más impactantes que jamás llegué a pensar escuchar. Dijo algo que grabé muy adentro de mí: “No tenemos nada costoso que ofrecerles, pero les damos de lo profundo de nuestro corazón la hermandad, la bondad y el calor de nuestra gente”.
Todo lo dicho por ese caballero era cierto, así pude experimentarlo tras una semana enriquecedora. El carisma de la gente era único, aprender de su cultura fue fascinante, sus delicias gastronómicas todo un deleite, los paisajes eran de ensueño, pero lo más significativo fue descubrir el verdadero significado de la palabra valor. El valor de los guatemaltecos me hacía aprender a apreciar mucho las cosas que realmente son importantes en la vida, ver que a pesar de no poseer abundancias materiales, en los corazones de su gente se desborda el deseo de ofrecer a la vida la valentía y la humildad de continuar hacia adelante, sin importar las barreras que tengan que atravesar para lograr sus objetivos.

Niño vendiendo dulces.
Pude observarlo en aquellos niños que a su corta edad se encontraban trabajando en las calles y su única compañía eran sus pequeñas carretillas llenas de nueces y dulces, que vendían para ganarse un dinero y ayudar a su familia. No les importaba las largas horas bajo el sol y nunca perdían sus enormes sonrisas.
Siempre hay personas que nos llegan al corazón y con quienes nos identificamos. Vi desde lejos, una joven que me enamoró con sus hermosas creaciones de bufandas y carteras artesanales. Era maravilloso ver lo que sus manos con mucho esfuerzo habían tejido, eran un verdadero tesoro para mí y los turistas que visitábamos su tierra. Más allá de lo material, era un pedazo de talento y cultura.

Quedó cautivada con las carteras y bufandas creadas por esta joven.
Eran tantas personas que trabajaban y compartían con sus familias dentro de todo aquel bullicio, pero mi atención fue otra vez captada por unas niñas que jugaban tranquilamente en aquella plaza de Antigua, tanta inocencia me robaba el corazón.

Niñas que captaron su atención.
No existía para mí en ese instante nada más importante que continuar empapándome de enseñanzas. Esto me llevó a darme cuenta que no existen límites algunos, está en nosotros mismos trazar el camino por el cual queremos dirigirnos. Con tan poco, pero con tanto a la vez, nos demuestran que con ímpetu podemos alcanzar lo inimaginable.
¡Qué mucho aprendí! Ya no necesitaba nada más, me había despojado de mucho, ya el maquillaje o el cabello bien peinado no eran mi prioridad, quería sentir la brisa fresca acariciar mi rostro mientras conversaba a viva voz con mis hermanos chapines, disfrutando de sus ricas experiencias de vida y enseñanzas. Dejé entrar en mí el significado de “valor”, el cual la vida me dio la oportunidad de comprender de una manera tan especial.

Yatinwajo Guatemala: ¡te amo, Guatemala!
La corona que gané se convertía en algo simplemente simbólico al compararla con la moraleja de vida que Guatemala me dio desde que me acogió en su tierra. ¿Qué me queda por decir? Cada viaje tiene y tendrá su propia historia, así que los invito a vivir la suya. De Guatemala me llevo experiencias, recuerdos y vida. Que sean muchos los viajes que nos llenen de anécdotas. Continuaré valorando lo que la vida me regaló en este país, lo compartiré siendo eternamente su portavoz. No me despediré sin antes decirles: Yatinwajo Guatemala: ¡te amo, Guatemala!