El mejor adiós de Marruecos

Este suceso deseaba contárselos desde el instante en que nos aconteció, pero ameritaba detalles para que lo vivieran conmigo y comprobaran que, como dicen por ahí, el idioma no es barrera.

La mañana en que nos despedíamos de Marruecos, llegamos a Fez a las 8 y pico de la mañana, en un bus procedente de Marrakech, de donde partimos a las 12:00 de la medianoche. Luego de viajar toda la noche, decidimos desayunar tranquilos en Mega Café Salón de Thé, a pasos de la estación del bus y tomar un taxi directo al aeropuerto para evitar contratiempos rumbo a Madrid.

Al terminar el desayuno, el mesero gentilmente nos sugirió que en lugar de un taxi, que nos costaría 120 dirhams (12 euros), tomáramos el bus que estaba justo frente al establecimiento porque nos llevaría hasta el aeropuerto por solo 5 dirhams (50 céntimos) por los dos. Ya saben, mochileros al fin que buscamos ahorrar, hacia allá fuimos.

Ángel y Yomaris en bus de Fez, Marruecos.

Nos subimos al bus y para sorpresa fueron 4 dirhams (40 céntimos), una ganga. Durante la ruta, el transporte fue llenándose poco a poco y en su mayoría eran estudiantes adolescentes. Justo a nuestro lado estaban de pie tres chicas muy simpáticas que se quedaron mirando el tatuaje de henna que me hicieron en la Plaza Jemaa el-Fna, en la medina de Marrakech, pues decía mi nombre y lo leyeron.

Entonces intentamos comunicarnos con ellas en español porque hablaban francés. Una de estas, Amina, también tenía tatuado su nombre en la mano. Le recordé a Ángel que en mi mochila guardaba los bolígrafos, la caja de 60 crayones, bombas y reglas para trazar dibujos, que habíamos llevado desde Puerto Rico para los niños que nos habían dicho que vendían piedras por las curvas del Atlas. Como no rentamos auto, sino que viajamos en bus, no tuvimos oportunidad de verlos. Le preguntamos a Amina si tenía hermanos pequeños para darle las cosas, se las entregamos y ella empezó a compartirlas con sus amigos, excepto los creyones.

Omayma, Imane, Amina y Amine junto a nosotros.

Además de ese gesto de Amina, me emocionó al punto de dejarme sin palabras, que otra de ellas, Omayma, se quitó unas hebillas de su cabello que llevaba recogido y me las obsequió, lo cual comprendí como su agradecimiento. Se imaginarán el regocijo de mi corazón en ese instante, para mí fue un gesto enorme, que rompió las barreras del lenguaje y culturales. Rápidamente me recogí el cabello con las hebillas (el mejor souvenir que traje como recuerdo) y le pedí que si nos podíamos tomar la foto que ven aquí.

Las invaluables hebillas.

El recorrido del bus fue como de una hora, pues iba deteniéndose a recoger y dejar pasajeros. Sin embargo, les juro que fue la mejor despedida que Marruecos pudo habernos dado luego de una semana. No hay paisaje ni edificaciones que se comparen a la acción de estas jovencitas, que no vieron nuestra vestimenta ni nacionalidad, sino nuestros corazones.

Gracias Omayma, Imane y Amina por cerrar con broche de oro nuestro caminar por su tierra, Marruecos, en África. ¡Que viva la juventud!

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